
Entonces lo vi, demasiado claro. En un momento, todas sus palabras habían cobrado sentido y tenían vida. Se acercaban a mí, sugerentes, provocando.las ignoré, centrándome en lo más bonito que he tenido entre mis brazos. Me abrazó y las espantó, alejándolas de aquel lugar, nuestro lugar.
-Ya se han marchado?
-Sí, amor. Pero me temo que volverán, pero más fuertes.
-Apártalas, por favor.
-Ésa tarea no es mía, sino tuya. Fuiste tú la que dijo todo eso y la que ha provocado toda esta situación. Yo te ayudaría, pero eres tú la que tiene que vencer sus miedos y romper con la odiosa rutina que nos afecta a los dos, de no tenerte como quiero.
Me levanté y grité, todo lo alto que pude. Aparecieron en un rincón, descolocadas, sobresaltadas.
-No sé por qué os he creado, pero lo hice, sin motivos. Así que quiero que os marchéis, que desaparezcáis de mi vida. Porque si no, no seré feliz, le necesito para serlo.
Entonces, se convirtieron en un diente de león. Lo soplé y salieron volando, como si nunca hubieran existido.
Y me abrazó, le sentí aquí, a mi lado, respirando, notaba su respiración. Por fin.